Las revoluciones de los estados comunistas del bloque del este caen, cae con ellas la cortina de hierro y el muro de Berlín. Cae también un húngaro que parecía invencible, que escribía con pulso determinado en sus diarios y con el corazón latiendo en la mano sus libros. Sándor Márai había perdido ya a su mujer, Ilona.