La condena de Mata Hari
Fue mucho más que una condena. Ese 24 de julio, meses antes de su muerte, la bailarina acusada de espía comenzó a apagar su mirada, uno de los tantos atributos que la había hecho famosa alrededor del mundo. Era julio en París, el verano de la guerra, el de los telegramas codificados, las trincheras infinitas y los susurros de traición. En una sala sombría del Palacio de Justicia, el tiempo parecía haberse detenido. En el centro, una mujer de porte elegante, labios firmes y mirada que no bajaba la vista, recibía su sentencia de muerte: Margaretha Geertruida Zelle, conocida por el mundo como Mata Hari, que en malayo significa “el ojo del día”.
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