A sus 33 años, Sandro Castro, nieto de Fidel Castro, se ha convertido en uno de los personajes más comentados de Cuba. Mientras la isla enfrenta crisis económica, apagones y un éxodo masivo, él acumula más de 115.000 seguidores en Instagram, donde comparte su vida entre autos de lujo, fiestas exclusivas y frases provocadoras. En lugar de discursos o consignas, Sandro prefiere los reels al ritmo de Bad Bunny y el reguetón cubano.
Hijo de Alexis Castro Soto del Valle, Sandro creció en el círculo privilegiado del poder. Pero lejos de mantener el hermetismo familiar, se ha dedicado a mostrar su vida cómoda sin tapujos, incluso durante la pandemia o en medio de apagones generales. “Voy a emborrachar a mi amiga ETECSA con Cristach para ver si se pone loca y empieza a regalar datos”, bromeó en referencia a la empresa estatal de telecomunicaciones.
Su actitud ha incomodado a todos los sectores. Desde el oficialismo, Ernesto Limia, intelectual cercano al régimen, afirmó: “Sandro no siente cariño por su abuelo, ni respeta su memoria”. Para la oposición, es la muestra de la doble moral de una élite que predicó la austeridad mientras disfrutaba del privilegio.
El joven cubano Juan Pablo Peña lo resumió así: “El nieto del dictador convertido en influencer es la fase terminal de un relato que se prometió redentor y terminó siendo parasitario”. Entre memes, críticas y seguidores, Sandro personifica la distancia entre el discurso revolucionario y la realidad del poder en Cuba.