Según investigaciones recientes, los jóvenes de la Generación Z están experimentando una baja sostenida en su actividad sexual. Datos publicados en el Archives of Sexual Behavior por la investigadora Debby Herbenick, de la Universidad de Indiana, muestran que entre los adultos de 18 a 24 años, el porcentaje que reportó no haber tenido relaciones sexuales en el último año aumentó de 24% a 28%.
En adolescentes, los que dijeron no haber tenido masturbación ni sexo con pareja crecieron de 29% (hombres) y 50% (mujeres) en 2009 a 43% y 74%, respectivamente, en 2018.
Uno de los factores más influyentes en esta tendencia es la exposición temprana a la pornografía. La periodista de The Guardian, Carter Sherman, entrevistó a más de 100 jóvenes para su libro The Second Coming: Sex and the Next Generation’s Fight Over Its Future. Allí identificó que muchos de ellos sienten que la pornografía ha generado una imagen distorsionada del sexo.
“Muchos jóvenes con los que hablé estaban bastante preocupados por lo que Internet había hecho con sus vidas”, señaló Sherman, y que eso fue algo que realmente le sorprendió. Además, agregó que: “Sentían que simplemente se esperaba que hicieran eso, incluso si no era algo que personalmente les interesara tanto. Y, además, se esperaba que lo hicieran de una manera en la que muchas veces ni siquiera se les pedía consentimiento.”
Prácticas que implican situaciones como golpes han sido asumidas como parte del sexo “normal”, sin necesariamente haber una conversación previa o consentimiento explícito.
Expectativas distorsionadas en el sexo
Davante Jennings, de 28 años, fue uno de los entrevistados por Sherman. En conversación con NPR, explicó cómo el internet alteró sus ideas sobre lo que era el sexo: “Los cuerpos de las personas son los cuerpos de las personas (…) No todo el mundo está, perfectamente esculpido, las experiencias sexuales son un poco más incómodas al principio”.
También señaló que mucho de lo que se muestra en la pornografía “no funciona en el mundo real”, como la ausencia de juegos previos.
Más allá del contenido sexual en línea, los estudios también vinculan la baja en la actividad sexual con cambios estructurales en la vida de los jóvenes. Hoy, la mitad de los adultos jóvenes vive con sus padres, lo que reduce el espacio privado y las oportunidades de intimidad. Además, los altos niveles de desempleo y subempleo, sumados a la falta de recursos económicos, dificultan el desarrollo de relaciones románticas y sexuales.
Otro aspecto que influye es la transformación de los espacios sociales juveniles. Antes, los grupos de amigos eran instancias para conocer parejas, practicar habilidades sociales y experimentar vínculos afectivos. Hoy, los jóvenes comparten menos intereses románticos en sus círculos cercanos y priorizan vínculos emocionales sin intención sexual o romántica.
Además, el temor a cometer errores en torno al consentimiento ha generado inseguridad, sobre todo entre los varones, que pueden evitar el contacto sexual por miedo a las repercusiones sociales.
Redefinición del deseo y la identidad
En la actualidad, muchos jóvenes también están atravesando procesos personales relacionados con su identidad de género u orientación sexual, lo que puede generar dudas o bloqueos frente a la práctica sexual. El sexo ya no se entiende solo como una acción, sino como una parte de la identidad que requiere exploración, seguridad y validación.
“Están recibiendo el mensaje de que el sexo es dañino y brusco, así que una parte dice ´esto se siente horrible para mí, no quiero hacerlo’”, explicó Herbenick.
Si bien el internet ha facilitado el acceso a información sexual y ha sido una herramienta clave para comunidades como la LGBTQ+, también ha afectado negativamente la espontaneidad, la intimidad y la curiosidad.
“Realmente creo que para los jóvenes LGBTQ, Internet ha sido revolucionario,” afirma Sherman.
“No sé si podamos deshacernos de los teléfonos o si podamos reducir el uso de Internet de una manera significativa. Me interesa más entender lo que ha hecho y cómo podemos mitigar esos efectos secundarios, o al menos hacer que las personas sean conscientes de esos efectos secundarios, porque parece que hemos aceptado las redes sociales, los teléfonos y el internet en nuestras vidas sin hacernos muchas preguntas ni tener regulaciones al respecto”, concluyó.