El robo de la Mona Lisa

El Louvre amaneció como cada lunes: eco de pasos sobre el mármol, olor a piedra húmeda y barniz, una calma que parecía impermeable al ruido del mundo. Nadie sospechaba que, en ese instante, la obra más célebre del museo estaba a punto de desaparecer sin un disparo, sin un grito, sin siquiera un vidrio roto.