El último día de Woodstock
Era un lunes en la madrugada y el campo de Bethel, en el estadio de Nueva York, era un mar de carpas rotas. El barro ya no era paisaje: era un personaje más, pegado a las botas, a las guitarras, a la memoria. Era 18 de agosto de 1969, el cuarto día de un festival que se suponía de tres. Woodstock se estiraba como un acorde infinito, después de noches de lluvia, cortes de luz y retrasos que hicieron tambalear la paciencia de cientos de miles. Muchos ya habían emprendido la retirada: buses, aventones, caminatas eternas. Quedaban los resistentes, los que no se iban a perder el final.
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